sábado, 14 de abril de 2007

Asfixia

(imagen: Pintura "Death and Miser" de Hans Holbein- 1530)

Con la asfixia aparece el odio y la rabia hacía los que envidiamos, brotan aversiones y antipatías avivadas por los que se miden con nosotros, emergen de las causas de nuestros fracasos fobias y rencores, y se deja ver, prudente pero seguro, el aborrecimiento hacía la vida. Nadie nos enseña a buscar él aire en nuestros aliados ni a luchar por atrapar el último aliento de nuestros enemigos, siendo el ahogo de nuestras necesidades suficiente razón para no salir nunca mas a flote.

Y sumergido en el mar verde de la codicia, junto a miserias y deseos no cumplidos, tanteo la manera de alejarme de las algas de ruindad y avaricia que tiñen el agua que nos rodea. Sacrifico la ayuda al prójimo como única posibilidad de supervivencia, convirtiendo mis afanes en afiladas dagas con las que derribar a quien se cruce en mí trayectoria.

Entretenidos haciendo bandera de nuestra propia individualidad, del “sé tu mismo”, no nos damos cuenta que hundimos a nuestros semejantes mientras somos pisados por otros tantos avaros. Nuestros miedos, inseguridades y dudas ya no pueden distribuirse libremente, ya que mostrar nuestras debilidades y nuestro verdadero rostro sería lanzarse a brazos de la derrota, aniquilar las escasas posibilidades de triunfo en este mar de tiburones, someternos a la ley del más fuerte sin hacerle frente.

Así que soportamos las arrugas que aparecen en nuestros mustios corazones mientras nuestro ya mutilado cerebro se reseca. Ciegos y apuntalados por las pesadas cadenas del ansiado bienestar, creamos nuestro universo de la felicidad dentro de espejismos de ocasión, de ilusiones de saldo, de quimeras de poco valor, asumiendo sin mostrar descontento, que la felicidad es la suma de infinitos instantes, nunca efímera, nunca eterna.



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