sábado, 28 de marzo de 2009

Avanza


(Imagen: El Barco, Salvador Dalí 1943)

Un nuevo renacer aparece frente a tus ojos, pero tu trasero y pies siguen anclados en tus viejas penas. Prefieres lamentarte de lo perdido que celebrar lo alcanzado, con lo que consigues amargar el sabor de tus logros y diluirlos entre la reseca y rutinaria vida. La sonrisa en el rostro y una amabilidad siempre oportuna parecían hacer de ti una admirable figura, pero tus miedos a levantar la voz, la incapacidad a dar rienda suelta a las emociones, la habilidad por formar parte de los recuerdos que fugan casi sin tomar forma y mostrar personalidad de huella casi invisible, tornan lo admirable en triste y gris.

La luz que florece te ayuda a vislumbrar y comprender que para muchos puede ser doloroso y asfixiante respirar junto a un muro de sentimientos, ya que verter las emociones a un pozo sin fondo sin obtener ni un eco de comprensión ni apoyo, es más desolador que escurrir penas dentro de la garganta y estomago. Esa urna en la que te encierras te escuda de las afiladas emociones disparadas hacía ti, sin discriminar rencor de amor, ni furia de serenidad, todas ellas terminan aplastándose en el mismo cristal, las voces que llegan a tus oídos suenan vacías de intención, apagadas todas al mismo tono y espíritu.

No puedes seguir indiferente traicionándote a ti mismo, fingiendo no sentir, congelando tus reacciones instintivas, ahora tu mente se siente castigada y prisionera de las mil situaciones ridículas que sigue provocando tu estúpida actitud. Ya no es admisible no dar el paso hacía delante, no dejar escapar tu aliento más feliz y el más amargo, tu rostro más amable y el más rudo, tus quejas y satisfacciones. Ahora debes levar el ancla y zarpar hacía el corazón de los demás.

Avanza

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